sábado, 12 de enero de 2013

Pequeño espacio, gran valor.

 
En la segunda planta del edificio de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Sevilla (Calle Pirotecnia, s/n), nos encontramos con el protagonista de este blog. En una pequeña pero valorada habitación, se ha construido el museo, con la recreación de una antigua aula. La mayor parte de la sala, ha sido ocupada por los pupitres de madera sobre los que trabajaban los alumnos, y por la mesa del profesor, enfrentadas entre ellas.
 
 
Alrededor de los pupitres, y sobre ellos, nos encontramos con maletines, pizarrines escritos con tiza, acompañados del viejo trapo que usaban para borrar y escribir de nuevo. Libros, cuadernos de rotación, lápices, antiguos sacapuntas y gomas de borrar y demás material escolar.
 
 
 
 
 
 
 
 
Colgados de la pared, como aparecía en cada una de las aulas de los colegios españoles desde 1939 a 1975, las imágenes del General Francisco Franco y Primo de Rivera, junto con un crucifijo de madera, que hacía presente la religión en el proceso de enseñanza aprendizaje de aquellos años. Sin olvidarnos de uno de los elementos más recordados, sobre el que se hacían aquellas fotos de recuerdo nuestros padres, el mapa de España.
 
Cubriendo las paredes de la habitación del museo, podemos disfrutar de vitrinas que almacenan libros y cuadernos, juegos de la época como muñecas de trapo, trompos y otros objetos lúdicos. Materiales didácticos con los que aprendían ciencias, matemáticas y otras materias. Y se dedica un espacio a las tradiciones y la cultura, destacando el rincón de la Primera Comunión.
 
 
 
Sin duda un espacio rico de recuerdos, que nos transporta a la infancia de nuestros familiares, a la educación de nuestro pasado, y consigue que valoremos la presente. Recordamos a nuestros maestros, aquellos que marcaron nuestra infancia, y a los compañeros y amigos con los que tanto disfrutábamos compartiendo pupitre.
 

Educar es lo mismo
que poner motor a una barca…
hay que medir, pesar, equilibrar…
… y poner todo en marcha.
Para eso,
uno tiene que llevar en el alma
un poco de marino…
un poco de pirata…
un poco de poeta…
y un kilo y medio de paciencia
concentrada.
 
Pero es consolador soñar
mientras uno trabaja,
que ese barco, ese niño
irá muy lejos por el agua.
Soñar que ese navío
llevará nuestra carga de palabras
hacia puertos distantes,
hacia islas lejanas.
 
Soñar que cuando un día
esté durmiendo nuestra propia barca,
en barcos nuevos seguirá
nuestra bandera
enarbolada.
 
                                       Gabriel Celaya

 
 
 
 

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